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martes, 2 de julio de 2013









En España hace mucho que nos vendieron la moto y no somos capaces de aceptar que las cosas cambian. Somos ese tipo de país que prefiere no indagar, que prefiere creer en el destino o en el mágico poder de encenderle una vela a una virgen cualquiera a aceptar la realidad, remover la mierda y comenzar a caminar. La culpa de la doble realidad en la que vivimos estriba tanto en nuestros dirigentes como en nosotros mismos. Aunque bueno, la culpa pesa unos cuantos kilos más en su caso, que para eso son los que mandan. Nuestra responsabilidad entra en juego cuando nos creemos o nos queremos creer el trozo de realidad en el que vivimos: la caída (por su propio peso, sin que nadie lo derrumbara) del franquismo, la llegada de una “modélica" democracia, la Unión Europea, la Expo 92 y algún que otro mundial de fútbol. Precioso trozo de iceberg en el que todos queríamos vivir.

El problema es que si todo funciona como una estructura de partes relacionadas es imposible mantener esta falsa realidad. Nada puede seguir estable y sin perturbaciones cuando una de las partes está siendo modificada. El
show no puede continuar. Las brechas empiezan a asomar a la par que la realidad acotada en la que nos permiten movernos va dejando paso a la otra realidad. A la cara B. Esa cara B está reflejada en libros de contabilidad, diarios de guerra, cenas de lujo, extractos de cuentas bancarias y reuniones ultra secretas. Esa cara B choca de golpe con la otra realidad, la de los niños que ya no pueden comer en el comedor escolar, la de la huelga de basura, los 400 euros y los parados de cincuenta años que no volverán a trabajar.
Sin querer o queriendo esa cara oculta nos está invadiendo. Las evidencias de que todo está mal contrastan con el no querer aceptarlo que hemos arrastrado desde hace años. No podíamos buscar a nuestros muertos, ni podíamos esclarecer la memoria de un país que siempre ha convulsionado. Ahora no podemos saber a ciencia cierta que
hacen quienes nos gobiernan.
Las tramas de corrupción nos ponen en contacto con esa otra realidad, que también es nuestra y que, como en la mente de Orwell, determina sin que lo sepamos nuestro día a día. La historia está en los libros, ni la revisamos ni nos dejan y el presente también está en ciertos libros ocultos que no nos dejan, o no queremos leer. Nos merecemos algo más que esta España corrupta. Transparencia e interés ciudadano son imprescindibles. Necesitamos ser controladores de nuestros controladores para poder tener acceso  a toda la realidad en la que vivimos que, al fin y al cabo, es nuestra (sea mejor o peor).